Era el año 1989, probablemente invierno. No lo sé. Lo que sí
sé es que estaba en aquella habitación de mi casa de forma imposible que se
abría al final de la ele del pasillo. La escena era paradójica. Yo sentado en
un sillón de oreja marrón con las piernas al cobijo de una faldilla de la mesa
camilla. Una pose más de un anciano que de un chico de 16 años. Oía a Halloween
a bajo volumen en un radiocasete de doble pletina. La luz era tibia. Leía. Eran
las seis de la tarde, probablemente fuera hacía ese frío suave y seco de la
meseta que anticipa la primavera durante las últimas tardes del invierno.
Uno de mis hermanos entró en la habitación y me dijo que
Camacho y Richard estaban en casa. A los pocos segundos entraron en la
habitación. Se sentaron y nos reímos. Hablamos. Halloween seguía sonando de
fondo. Hablamos de música. Ellos eran fanáticos de los Beatles y yo estaba loco
por el heavy metal. Dos contrapuntos que no imposibilitaba que nos juntáramos para
tocar canciones con guitarras españolas prestadas. Tocábamos sentados en rulos
en las eras a las afueras de Ocaña, o en bancos de cualquier parque, o en las
piedras de la Fuente Grande. Todos progresábamos con decisión en nuestra
técnica autoaprendida, salvo Richard, que unía su interesante voz a su vaguería
biológica. Hablamos de lo complicado que era hacerse con instrumentos dignos
sin tener un duro. Al fin y al cabo todos éramos estudiantes que vivíamos en un
pueblo y pertenecíamos a familias del extrarradio de la clase media.
Pasó como si nada. Camacho dijo Tienes que escuchar esto. Y
yo, que siempre he tendido a decir que sí y a ser un buen escuchante para complacencia
de mis interlocutores, le dije Sí, que claro, que oiríamos esa canción. Alguna
vez me había interesado por escuchar a los Beatles y oía a mis amigos hablar
emocionados de esta o de aquella canción. Richard sacó una caja en la que se
veía la portada de Let it Be. Las
caras de los cuatro Beatles metidas cada una en su recuadro, unidos
artificialmente, que al fin y al cabo era el estado del cuarteto en la época en
que grabaron aquellas canciones de aquél álbum. Saqué la cinta de la caja. Apagué
la música de Halloween e introduje la cinta de los Beatles en el radiocasete.
Richard ocupó la posición delante del aparato y rebobinó hasta dar con el
corte. Apretó el botón de play y sonó.
Primero el punteo de guitarra, luego el rasgueo de la guitarra acústica y la
voz nasal deslizando
Words
are flying out like
endless rain into a paper cup
They
slither while they pass
They
slip away across the universe
Pools
of sorrow waves of joy
are drifting thorough my open mind
Possessing
and caressing me
Algo hizo click en mi cabeza. Seguí escuchando mientras
notaba como algo nuevo sucedía. Era como despojarse de una capa seca que
molesta y lucir otra fresca con la que te sientes otra persona. Me limité a
asentir y a decir que estaba muy bien. Al día siguiente tenía un examen y le
dije a Richard que si me dejaba la cinta unos días. Richard era generoso y me
dijo Claro, tío, quédatela. Se marcharon. Me quedé en casa estudiando y
excitado hasta la noche. Me metí en la cama y enganché al radiocasete unos inmensos
auriculares para no molestar a mi hermano que dormía en la cama de al lado. Di
tres vueltas completas al Let it Be
con la atención y fruición con la que cualquiera asiste a una visión
extraordinaria, como si fuese la última cosa que fuese hacer en la vida.
A partir de ahí, me dediqué a diseccionar todo lo de los
Beatles que se me ponía por delante; aprendía a tocar las canciones con la
guitarra, repetía una y otra vez los solos de George Harrison. Un par de años
más tarde, habíamos logrado hacernos con algunos instrumentos y un local de
ensayo. En el verano del 91 dimos un concierto en un pub en Noblejas. El pub
estaba a reventar. Gente conocida. Amigos, examigos, algunos denostadores
acérrimos de lo que representábamos ese quinteto que allí tocábamos,
familiares, desconocidos. El arranque de A
Hard Day´s Night lo recuerdo con verdadera intensidad. El segundo después
del golpe de cuerdas inicial, ese segundo antes de que Richard se desgañitase
con la primera estrofa; las caras de la gente sonreían con simpatía cuando
Gerardo y Camacho le hacían los coros en Twist
and Shout; la sorpresa de la gente cuando deslicé la armónica en mi boca
mientras acompañaba con la guitarra el I
Should Have Known Better; el silencio mayúsculo cuando me quedé acompañando
con la guitarra a Richard en Yesterday
y capté la mirada curiosa de ella; el alborozo eléctrico que recorrió el
pequeño local cuando finalizamos Birthday.
La música había logrado avivar mis reservas más íntimas. Ese
pequeño momento que me agitó al escuchar Across
the Universe me puso manos a la obra para deshacer los nudos que me
atenazaban. Todos los hombres nuevos que
llevo dentro se desplegaron en fila, preparados para salir. El primero salió y
disfrutó preparando el camino para los que vendrían detrás.
7 comentarios:
Tío,genial.Me has emocionado...ya toco mejor eh!:-)un saludo, tío. Fue inolvidable.Molaría vernos.Un abrazo.
Me alegro, compañero. Escríbeme a marcomplan@telefónica.net y concretamos.
Una verdadera fatalidad del orden espacio/tiempo el no haberos conocido tan solo un poco de tiempo antes… al menos me contento con haberlo hecho tan solo… un poco de tiempo después. Gracias HERMANO.
Óscar
Osquitar!! Ya te contaré, pero tendrás tu sitio en el nuevo libro. Esto es un aperitivo...
Se te quiere!
Coño, saludos para Oscar.Abrazos.
Macca y Jagger:-)1967.
Los beatles son Sgt.pepper´s y mucho más..uf esos tiempos.
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